Claudio Monteverdi

Claudio Monteverdi | iOperaVísperas barrocas, vísperas revolucionarias: alcanzada ya la cima de la perfección, del
puro equilibrio, la polifonía renacentistas se precipita en busca de sentimientos y emociones, de pasiones incluso (los famosos affeti), se reviste de una inaudita sensualidad e inventa un género (el gran madrigal), una forma musical libre, que aun hoy nos fascina porque sólo persigue, hoy como ayer, la emoción.

Monteverdi, a medio camino entre el Renacimiento y el Barroco, fue un revolucionario que compuso, no solo renovó el madrigal, sino que también es considerado el padre de la ópera. Dotó a la nueva música, como Caravaggio a la pintura,  de un gusto por el detalle naturalista y por la realidad sensible.

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David con la cabeza de Goliat, Caravaggio.

Comencemos con la ópera L´ Orfeo de Monteverdi. La historia cuenta el descenso al Hades (el infierno) de Orfeo, para rescatar a su amada Eurídice, su aventura para adormecer con su lira a Caronte, el barquero de la Laguna Estigia, con el fin de cruzarla y encontrar a Eurídice. Plutón, dios de los muertos, le dejará finalmente regresar con ella, con una condición que Orfeo no podrá cumplir: no mirarla en todo el viaje de vuelta. Escuchemos la tocatta, parte introductoria, a cargo del Monteverdi Choir,  losEnglish Baroque Soloists y la Orchestre Révolutionnaire et Romantique, dirigidos por John Elliot Gardiner.

A continuación, la ópera al completo, con Les Arts Florissants y Paul Agnew.

L’incoronazione di Poppea es la útima ópera de Monteverdi, pero la primera que se representó en un teatro público y no en los salones aristocráticos. También fue la primera en abandonar los temas mitológicos y basarse en episodios historicos. “Pur ti miro, Pur ti godo” es el dúo final, una canción de amor interpretada por los magníficos Jaroussky y De Niese en el Teatro Real de Madrid.

Pur ti godo,
pur ti stringo,
pur t’annodo.
Più non peno,
più non moro,
o mia vita,
o mio tesoro.
Io son tua,
tuo son io,
speme mia,
dillo dì,
tu sei pur
l’idol mio,
sì mio ben,
sì mio cor,
mia vita sì
 
Ya te gozo,
Ya te estrecho,
Ya te abrazo.
Ya no peno,
Ya no muero,
Oh mi vida,
Oh mi tesoro.
Yo soy tuya,
Tuyo soy,
Mi esperanza,
Dilo, di,
Eres tú
Ídolo mío,
Si, mi bien,
Sí, corazón,
Vida mía, sí.

Y, por fin, el Lamento della Ninfa, a cuatro voces, y que forma parte del Octavo Libro de Madrigales (Guerreros y Amorosos) de  Monteverdi.

El Lamento comienza con un trío de voces masculinas describiendo la escena: una
joven ninfa abandona su casa al alba y vaga desconsoladamente por los bosques, clamando que su amante la ha abandonado por otra. Las disonancias, los cambios de tempo, el
contrapunto y sus resoluciones son una maravilla.

Non havea Febo ancora
recato al mondo il dì,
ch’una donzella fuora
del proprio albergo uscì.
Sul pallidetto volto
scorgeasi il suo dolor,
spesso gli venia sciolto
un gran sospir dal cor.
Sì calpestando i fiori
errava or qua, or là,
i suoi perduti amori
così piangendo va:
«Amor», dicea, e ’l piè,
mirando il ciel, fermò,
«Dove, dov’è la fe’
che ’l traditor giurò?»
Miserella, ah più no, no,
tanto gel soffrir non può.
«Fa che ritorni il mio
amor com’ei pur fu,
o tu m’ancidi, ch’io
non mi tormenti più.
Non vo’ più ch’ei sospiri
se non lontan da me,
no, no che i martiri
più non darammi affè.
Perché di lui mi struggo,
tutt’orgoglioso sta,
che si, che si se ’l fuggo
ancor mi pregherà?
Se ciglio ha più sereno
colei che ’l mio non è,
già non rinchiude in seno
amor si bella fè.
Né mai sì dolci baci
da quella bocca avrai,
nè più soavi, ah taci,
taci, che troppo il sai.»

Sì, tra sdegnosi pianti,
spargea le voci al ciel;
così nei cori amanti
mesce amor fiamma e gel.

Febo no había todavía
revelado al mundo el día,
cuando una muchacha salió
de su propia casa.
Sobre su pálido rostro
afloraba su dolor,
y a menudo provenía
de su corazón un gran suspiro.
Andando sobre las flores
iba vagando, aquí, allá,
llorando de esta manera
su amor perdido:

«Amor», decía, deteniendo el pie,
mirando el cielo,
«¿Dónde, dónde está la fidelidad
que el traidor me juró?»
Pobrecilla, no puede más, ay,
ya no puede soportar tanto sufrimiento.
«Haz que vuelva mi amor
tal como antaño fue,
o déjame morir, para que
no sufra más.
No quiero ya que él suspire
sino estando lejos de mí,
no, no quiero
que me dé más dolores.
Pues el saber que por él ardo
satisface su orgullo,
quizá, quizá al alejarme
él, a su vez, empezará a rogarme.
Si ella tiene para él más serena
mirada que la mía,
sin embargo no alberga en su seno
un amor que sea tan fiel como el mío.
Ni tendrá nunca
besos tan dulces de esa boca,
ni más tiernos, ay calla,
calla, él bien lo sabe.»

Así, entre amargas lágrimas,
llenaba el cielo con su voz;
así en el corazón de los amantes
el amor mezcla el fuego con el hielo.

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