La música es para mí como una bien amada embrujada. Paul Klee (1879-1940).
Es posible disfrutar de la música de forma superficial, pero acceder a las grandes creaciones para poder deleitarse con ellas requiere de un conocimiento que proporciona un disfrute mucho más profundo. En este sentido, conocer sus fundamentos permite una mejor degustación, igual que conocer los ingredientes y la forma de elaboración de un plato ayuda a que el comensal lo saboree más satisfactoriamente.
En la música, los ingredientes que un compositor utiliza y combina tienen que ver con los cuatro parámetros físicos que se corresponden con las cuatro cualidades del sonido: la altura, la duración, el timbre y la intensidad. La intensidad nos permite distinguir fuertes y débiles; la altura, sonidos graves y agudos; la duración, cortos y largos; el timbre, sonidos cuya altura, duración e intensidad son coincidentes.
A partir de estas cuatro cualidades, nos encontramos una serie de conceptos derivados de estas: la melodía, la armonía, la textura, el ritmo, la dinámica, el color… Con todo ello (y, por supuesto, con el silencio) se crea la música, un arte que, según el filósofo Eugenio Trías, tiene condición de “arte ambiental, para ser habitada, capaz de propiciar atmósfera, edificio sonoro sobre el aire”; de arte ambiguo, por su “actividad edificante sobre el inexorable eje fluido del sucederse del tiempo”. Dispongámonos a buscar las claves que nos ayuden a apreciarla.