Érase una vez, una muñeca llamada Ángela. Era rubia, flaca, con ojos azules y siempre vestía bien elegantes. Tan elegante como Miguel Esparza en domingo. A veces, llevaba pequeños tacones para parecer más alta y mayor.
Esa muñeca era simpática, amistosa y muy maja.
Sus aficiones favoritas eran jugar al pilla-pilla y al baloncesto.