Érase una vez, una muñeca llamada Ángela. Era rubia, flaca, con ojos azules y siempre vestía bien elegantes. Tan elegante como Miguel Esparza en domingo. A veces, llevaba pequeños tacones para parecer más alta y mayor.
Esa muñeca era simpática, amistosa y muy maja.
Sus aficiones favoritas eran jugar al pilla-pilla y al baloncesto.
Un día, Paula y Juncal jugaban en el parque con Ángela cuando, de repente, les sorprendió una tormenta. Las niñas corrieron a casa y olvidaron a la muñeca.
De pronto, un rayo cayó sobre el corazón de Ángela, dándole vida.
Al día siguiente, Ángela fue a casa de su dueña y, para su sorpresa, se encontró que Paula tenía otro múñeca de su mismo tamaño y que ya no se acordaba de ella.
Ángela, enfadada, llamó al timbre y se tumbó en el suelo. Al abrir la puerta, Paula, vio a Ángela y la metió en casa para que conociera a Martina, su nueva muñeca gigante castaña, no rubia.
A la noche, when everybody was sleeping, las muñecas se despertaron. Martina empujó a Ángela. Ángela dijo a Martina:
– Las dos podemos ser las muñecas favoritas de Paula.
Pero Martina no le hacía ningún caso. El sábado por la mañana, Juncal, Hossam, Hodei, Unai y Paula se llevaron a Martina al parque. Martina volvió muy sucia del parque.
Ya el lunes, Paula se llevó a Ángela y se lo pasó genial.
Al final, a Martina se la llevaron a casa de su abuela y a Rosana, otra muñeca amiga de Ángela, se fue a casa con Paula.
Y… colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Javier Esparza Enciso
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