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Pierre Simón Laplace (1749-1827), matemático francés, sistematizó la física y la cosmología de Isaac Newton, detectando las anomalías en el sistema. Formuló un principio que ha recibido su nombre (“principio de Laplace”), según el cual puede predecirse el estado exacto de un sistema mecánico conociendo sus condiciones iniciales. El determinista Laplace, apartó del mundo la correctora y protectora mano del Dios con atributos de relojero que el teólogo Newton había incorporado a su Ley de Gravitación Universal. La gran aportación de Laplace está en relación con la demostración de que el mundo, y ello al margen de que posteriormente sus aportaciones hayan sido cuestionadas, era mucho más estable de lo que se creía.
El universo de Laplace espantaba los temores de un cataclismo cósmico. Dos siglos más tarde, los últimos días de 2012 han servido para ver hasta qué punto grandes áreas de “la generación más preparada de la Historia de España” y muchos de sus medios de información, entre bromas y veras, daban pábulo a la extravagante teoría maya del fin del mundo, si no en la estricta creencia de un colapso físico, en la fe en un giro espiritualista que acaso sea aún más infantil que los pavores del tiempo aludido. Contra semejantes delirios sigue siendo muy útil la nada supersticiosa obra de Laplace.
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