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El creador de la “teoría” de Gaia, James Lovelock, admite no haber creado en realidad sino alarmismo. Y reconoce también que documentales como los de Al Gore, “Una verdad incómoda” (vídeo propagandístico profusamente distribuido en los colegios e institutos de enseñanza media en toda España), o “Los hacedores del clima”, de Tim Flannery han pecado también de alarmistas. Así, declara:
“He sido un alarmista respecto al cambio climático“
“El problema es que no sabemos lo que el clima está haciendo. Creíamos que lo sabíamos hace 20 años. Lo que motivó libros alarmistas -incluido el mío- porque parecía muy claro, pero no es eso lo que ha sucedido.”
“De acuerdo, cometí una falta.”
El fundamentalismo ecologista era tal que incluso el gobierno anterior de España, del PSOE, decidió incluir el “cambio climático” como materia obligatoria para los estudiantes españoles en la asignatura que ese mismo gobierno creó, “Educación para la ciudadanía”, a pesar de que numerosos científicos ya entonces dudaban de los datos apocalípticos que se ofrecían.
Toda una red de intereses creados – ecologistas, pedagogos, científicos, profesores, políticos- a base de cátedras, becas, másteres, donaciones, subsididos, ayudas y premios, se dedicaron a la publicitación de esta ideología. Dosis de ideología al servicio de poderosos grupos de implantación planetaria (por ejemplo, intereses económicos de empresas energéticas radicadas en determinados Estados en dialéctica con los intereses de otras empresas y Estados) que están haciendo un negocio redondo con estas teorías.
Al menos, es de agradecer que el señor Lovelock admita que sus especulaciones sobre el “calentamiento global” eran sólo eso, especulaciones. Pero el que parece no desdecirse es James Hansen, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, quien sembró la alarma del “calentamiento global” en el Congreso de los Estados Unidos en 1988, aprovechando el verano muy caluroso que hizo entonces en Washington y en todo el nordeste de Estados Unidos. Exageró el bautizado “calentamiento global” y sus peligros catastróficos. Los dueños de los periódicos aprovecharon el filón y hasta hoy han seguido explotando ese alarmismo.
El ecologismo (a diferencia de la Ecología) parece ser más bien una vaga filosofía moral que una ciencia en sentido natural. Mejor que un catálogo de verdades objetivas, una “sensibilidad” que impregna análisis vinculados siempre de un modo directo o indirecto con las sociedades humanas (antropología ecológica, ecología económica, “eco-feminismo”, etc.) y su posicionamiento político (más aún en un mundo “globalizado”).
Para que la “ecología” funcione como verdadera ciencia es necesario que posea capacidad para rectificar y falsar sus propias teorías y predicciones, y no dependa con ello de la arbitrariedad del sentimiento. Sin embargo, como en todas las “ciencias humanas” (y no es que existan “ciencias no humanas”), es muy difícil separar los núcleos de verdad de las demás presiones ideológicas, políticas y sociales que habitualmente las envuelven. No poder distinguir entre una esfera propiamente científica y otra más claramente ideológica o incluso mitológica puede derivar, sin embargo, en formas de “fundamentalismo ecológico” que no sólo sean dudosamente científicas, sino incluso moralmente dañinas.
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